Ahora, con mayor apremio todavía, ¡BASTA!

jueves, 29 de diciembre de 2016



Hace doce años escribí los dos poemas que figuran a continuación. Hoy, urgidos por procesos que pueden alcanzar  pronto puntos de no retorno, nuestra responsabilidad se acrecienta.  En medio de un desconcierto generalizado, cuando el Sistema multilateral de las Naciones Unidas se ha sustituido por grupos plutocráticos y los valores éticos por los bursátiles,… cuando la insolidaridad alcanza límites deleznables y las amenazas globales se multiplican,… cuando un inmenso poder mediático convierte a multitudes en impasibles espectadores… y acalla las voces insumisas… es oportuno releer y repensar aquellas reflexiones:

No me queda ya lugar
para el espanto
y  la vergüenza
del silencio por respuesta.
No me queda ya voz
para gritar
que pare este horror…
La niña en brazos
de su padre,
herida, ensangrentada
por la espiral del terror
y de la fuerza…
Quiero ser brazo
de tu brazo,
quiero estar a tu lado
y ser tu compañero.
Quiero ser brazo y amparo
de cualquier niño
de cualquier color de piel.
Quiero mirarle a los ojos
y pedirle perdón
en nombre de quienes
aún creemos
que podría detenerse esta locura…
Y decirle que será
al fin,
la palabra
la que venza”                   Madrid, 20 de mayo de 2004.

“Soñé
que germinaban las semillas
de “¡basta!”
que habíamos sembrado
en eriales
haciendo frente al cierzo,
en un amanecer
como cualquier amanecer
-amanecer sombrío
y frío de amor
con los brazos
ocupados
por utensilios
y armas,
inhábiles para el abrazo-;
haciendo frente al ruido
y a la inercia
de la inmensa maquinaria
de la guerra;
haciendo frente a la indiferencia
y el recelo;
bajo la mirada de los resignados
y de los escépticos…
Verdecían las semillas
que plantamos, tercos,
con la mirada
de todos los niños
del mundo
en nuestros ojos,
rotundas semillas
de “¡basta ya!”,
de “¡nunca más!”
a la violencia
y a la fuerza…”             Salobreña, 27 de julio de 2004.

Hoy es más urgente todavía que entonces. Es tiempo de acción. Ineludible.

Las manos “que se cierran opacas” – según expresión de José Ángel Valente – deberán abrirse

jueves, 15 de diciembre de 2016

No se comprende que, ante necesidades tan acuciantes de una mayoría de los seres humanos, se siga ampliando la brecha entre los más acaudalados y los más menesterosos. 

Las cifras que ha dado OXFAM-Intermon son escalofriantes: menos de 70 personas poseen una riqueza superior a la de la mitad de la humanidad (¡3.500 personas!). 

Recuerdo que en los años 70 en las Naciones Unidas se pronunciaba siempre la palabra clave: “com-partir”, partir con los demás, procurar que todos puedan vivir dignamente. 

Después vino el vendaval de un neoliberalismo que sustituyó a las Naciones Unidas por grupos plutocráticos (G7, G8, G20) y, lo que es peor, los valore éticos por los bursátiles. Y se deslocalizó la producción por “codicia e irresponsabilidad”, como indicó años más tarde el Presidente Obama. 

Hacemos frente ahora, por primera vez, a desafíos globales –extrema pobreza, medio ambiente, amenaza nuclear- que constituyen procesos potencialmente irreversibles. Repartir mejor, ser generoso, ser solidario, es todavía más apremiante porque si se alcanzan puntos de no retorno se ofendería gravemente a todas las generaciones venideras, se afectaría profundamente el porvenir de la humanidad en su conjunto. 

Hay momentos históricos, en los que hay que cambiar de rumbo. José Saramago ya advirtió que “lo malo de la paciencia es que puede ser infinita”. Por eso hay que compartir, porque en estos momentos la paciencia no será infinita. Ahora, por fin, los seres humanos ya pueden expresarse libremente. Si no hay evolución habrá revolución. 

Al abordar estos temas siempre pienso en aquella frase que tanto me impresionó hace ya años en una pequeña capilla cerca de Montpellier: “Las mortajas no tienen bolsillos”. 

Manos tendidas, no alzadas. Manos abiertas, no cerradas. Sin demora. Lo antes posible.

La educación, los educadores

viernes, 9 de diciembre de 2016

Por fin, frente a la intolerable actitud del PP, que a última hora rechazó el excelente proyecto de ley elaborado por el Ministro Ángel Gabilondo y que luego, ya con el malhadado poder absoluto, pasó por el “rodillo” parlamentario una ley tendenciosa y retrógrada, parece que ahora será posible redactar y aprobar con el indispensable consenso un nuevo  proyecto.

La educación es, como la justicia, la sanidad y la ciencia, tema supra-partido político. Se dirige a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna, y no puede concebirse desde ideología, creencia e identidad cultural alguna.

¿La educación? Educadores. Las maestras y maestros, los docentes de todos los grados deben ser los protagonistas de la nueva ley. Y las asociaciones de madres y de padres de los alumnos, asociaciones sindicales y de quienes han ejercido –ahora que la mayor longevidad permite disponer de un gran número de ellos- responsabilidades en las distintas dimensiones de la enseñanza.

No más Informes Pisa, propios de un sistema economicista, sino inspiración en los grandes referentes que, recogiendo a su vez las directrices de ilustres pedagogos, puedan inspirar los pilares esenciales de la educación para todos a lo largo de toda la vida: la Constitución de la UNESCO, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Convención de los Derechos de la Infancia, el Plan de Acción Mundial sobre la Educación para los  Derechos Humanos y la Democracia (Montreal, 1993), el Informe de  la Comisión presidida por Jacques Delors sobre “Educación en el siglo XXI” (1996), la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el Decenio Internacional de una cultura de paz y no violencia para los niños del mundo (2001–2010) (1998), la Declaración y Plan de Acción sobre una Cultura de Paz (1999), la Carta de la Tierra (2000)…

Educación para ser personas “libres y responsables” (art. 1º de la Constitución de la UNESCO), para “dirigir con sentido la propia vida”, según impecable definición de D. Francisco Giner de los Ríos.

“Libres, escribió Eduardo Galeano, son quienes crean, no copian. Quienes piensan, no obedecen. Enseñar es enseñar a dudar”.

En el Informe Delors se establecen cuatro vías principales de aprendizaje: aprender a ser
aprender a conocer
aprender a hacer
a vivir juntos.
Yo añadí “aprender a emprender”, porque pronto comprendí que al “sapere aude” de Horacio, “atreverse a saber”, era preciso añadir “saber atreverse”.

Es esencial no confundir educación con capacitación,
                                          conocimiento con información,
                                          información con noticia.

Educación es lograr que se esté en condiciones de ejercer plenamente las cualidades distintivas de la especie humana: pensar, imaginar, anticiparse,  ¡crear! Consecuentemente, la filosofía y las enseñanzas artísticas son imprescindibles para facilitar que toda persona educada sea capaz de diseñar su propio futuro, inventarlo, reflexionar y actuar en virtud de sus propias decisiones y no al dictado de nadie ni de dogma alguno. Son ellos, los así formados, los que pueden ahora adquirir conocimientos, destrezas y habilidades. Son educados capacitados, frente a los capacitados maleducados que resultan del proceso inverso, que tan peligrosamente promueven quienes educan para tener y no para ser.

Otro aspecto muy importante: el uso de la tecnología digital. Sin duda alguna tiene aspectos muy positivos pero, como siempre ocurre, la utilización prematura y abusiva de las “tabletas” es indebida y de alto riesgo. Se trata de una tecnología complementaria, no sustitutiva. Lo fundamental en una educación inclusiva es la personalización en toda la medida de lo posible. ¿Educación? ¡Educadores!

Educación basada en unos valores que configuran el comportamiento cotidiano. Educación para la participación, para la mediación, para la comprensión. En una escuelita de Vietnam se leía: “Antes de aprender a leer, aprende a respetar”. Respetar no es someterse, es comprender al otro. Y a la recíproca. Formación humana, porque en el antropoceno y en la nueva era en la que ya pueden progresivamente expresarse sin cortapisas todos los seres humanos, es imperativo actuar al ritmo que permita prever y prevenir acontecimientos que pueden ser irreversibles.

Nos hallamos frente a un nuevo concepto de trabajo, a una mecanización y robotización imparable, que requiere que sea la máquina la que esté al servicio de la humanidad y no la humanidad sometida a la máquina.

Una educación que, desde las primeras etapas, forme plena conciencia de la igual dignidad de todos los seres humanos, sea cual sea el género, el color de la piel, la edad, la ideología, la creencia…

Se trata de acordar un sistema educativo en el que la educación superior, además de completar la formación de ciudadanos a la altura de las circunstancias, en tiempos de grandes incertidumbres, pueda estar  también en la vanguardia de los cambios radicales que son exigibles.

Las comunidades científica, académica, artística, intelectual, en suma, no pueden permanecer de espectadores impasibles. Bien al contrario, deben ser actores principales en este “nuevo comienzo”.


Sí: ¿educación?, educadores. Son los educadores en todos los niveles, los progenitores y familiares, los que deben ser los principales redactores de la nueva ley.

Misión: ¡la Tierra!

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Hace doce años, como lógica reacción a la “Misión: Marte” decidida por el Presidente norteamericano Bush Jr. –el mismo que decidió la ignominiosa invasión de Irak- publiqué el artículo del que ahora reproduzco un amplio extracto, convencido de que hoy es todavía más apremiante cuidarnos de la “Madre Tierra”. El Presidente Obama, que tantos aciertos ha tenido (medicare, regularización de inmigrantes, creación de millones de puestos de trabajo, atención al medio ambiente, acuerdos con Irán, Cuba…, distensión con el islam…) se ha equivocado al final de su mandato lanzando la “Misión: Marte”. Considero oportuno decirle, con mayor convicción y urgencia todavía, lo que escribí entonces a su antecesor, con la esperanza de que su insólito sucesor no una esta propuesta a las de su desbocado proemio presidencial: 

“Misión: Marte”. El Presidente Bush acaba de anunciar que la política espacial de los Estados Unidos se incrementará en la medida apropiada para, en el plazo de diez años, poder alunizar con frecuencia de tal modo que se asegure la presencia del hombre en la Luna y, con la experiencia adquirida, “amartizar”. Inmensas cantidades de dinero se invertirán en hacer posible esta ambición y el pueblo de los Estados Unidos, bien preparado por la publicidad que rodeará tal hazaña, se sentirá orgulloso de su poder incomparable. 

Como científico, conozco bien los beneficiosos resultados “colaterales” que pueden aducirse en favor de un proyecto de esta naturaleza. Pero como ciudadano del mundo conozco también los desafíos mucho más perentorios para las condiciones de vida de la especie humana que quedarán, una vez más, desatendidos. He tenido ocasión de conocer de cerca muchos de los rincones del planeta y admirar la grandeza creadora que anida en la infinita diversidad de sus habitantes. He soñado y procurado contribuir a aliviar la situación en que viven (y mueren) tantos habitantes de la Tierra, que esperaban todavía que los pueblos más prósperos volvieran, por fin, los ojos hacia ellos. La mayoría aguardaba aún que desde el barrio de la abundancia de la aldea global se diera la ansiada orden de “Misión, la Tierra”. No ha sido así. Las urgentes necesidades en materia de salud, nutrición, justicia, educación... de la mayor parte de las personas, se postergan, se supeditan al brillo de un gobierno y de quienes, en su propio país o fuera de él, no alcanzan a ver, deslumbrados por luminarias fugaces, las consecuencias de no mirar alrededor y hacia delante. Y de no mirar atrás y aprender las lecciones del pasado. 

Mirar hacia arriba no era lo difícil. Era lo fácil. Lo difícil es contemplar los grandes problemas de la Tierra en estos principios de siglo y de milenio y reconocer el fracaso de las fórmulas aplicadas hasta ahora para hacer frente a un buen número de ellos. Aunque se haya llegado a decir que lo más importante son los efectos y no las causas - ¡qué disparate! – es urgente reducir, hasta eliminarlos, los caldos de cultivo de miseria, de exclusión, de explotación, de dependencia, donde se genera la frustración, la radicalización, la desesperanza, la violencia. Remediar los desgarros, prevenirlos. Es urgente modificar unas pautas económicas que han ampliado, en lugar de estrechar, la brecha que separa a los ricos de los pobres. Y aprender a dar idéntico valor a las vidas – y a las muertes – de todos los seres humanos, “iguales en dignidad”, como establece el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que tanto se cita como se incumple. Y preguntarse por la indiferencia creciente de muchos jóvenes. En resumen: cuestionarse por qué está aumentando la patología social, el desapego, el hastío, entre quienes más se benefician de los avances del conocimiento y de los artificios que forman parte del bienestar material. 

Si en lugar de llegar a Marte llegásemos a los que padecen sida, malaria, lepra, Alzheimer, cáncer, neumonía SARS, gripe “aviar”, priones (“vacas locas”), hambre, frío...; a los que sufren las consecuencias de catástrofes naturales o provocadas. Si Norteamérica en lugar de conocer mejor la Luna conociera mejor las Naciones Unidas, que están en la misma isla de Manhattan, y lideraran – como hicieron en 1945 – el establecimiento de este marco ético–jurídico que con tanto apremio necesita hoy la humanidad, integrando en el sistema de las Naciones Unidas el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial (“de la reconstrucción y el desarrollo”, por cierto), la Organización Mundial del Comercio... Si decidieran adherirse de forma inmediata al Tribunal Penal Internacional; si observaran Guantánamo y, de esta forma, se dieran cuenta de inmediato que la justicia a escala mundial requiere una particularísima atención: tráficos de toda índole, impunidad para los transgresores, para los que causan un deterioro a veces irreversible del medio ambiente, para los que practican la “contabilidad creativa”... . Si, además de demostrar la presencia de agua en el planeta rojo, ayudaran, como sólo el gran país americano puede hacerlo, a buscarla y administrarla mejor en la Tierra... . Mirar cerca, mirar hacia Haití, hacia Meso y Sudamérica, hacia África. Mirar hacia los países explotados y recelosos por tantas promesas incumplidas. Enviar expediciones a países donde viven – sobreviven – miles de millones de personas. Así, los Estados Unidos figurarían en la historia como el imperio que supo protagonizar la inflexión desde una cultura de fuerza a una cultura de conciliación, de convivencia, de paz. Esta sería la mejor misión que pueden realizar, la que el pueblo americano se merece. Todos al lado de la vida... en la Tierra. Este sería el liderazgo. 

Era prudente y comprensible, después del 11 de septiembre de 2001, adoptar todas las medidas posibles para evitar tragedias de esta naturaleza, pero sabiendo – España tiene experiencia en esta cuestión, por desgracia – que siempre puede haber un resquicio que aprovechen los terroristas para llevar a cabo sus acciones, especialmente cuando se trata de actos suicidas. Las acciones preventivas y disuasorias no deben comportar, salvo en momentos muy precisos, que los ciudadanos vivan aterrorizados y se aíslen, poco a poco, de su coetáneos, en lugar de integrarlos por la solidaridad y la capacidad de socorro en situaciones catastróficas… 

Son muy numerosas y de reconocido prestigio las organizaciones que consideran esencial, para esclarecer el horizonte, hoy tan sombrío, dotar al mundo de un sistema de las Naciones Unidas con los adecuados recursos humanos y financieros que garanticen a escala global el cumplimiento de las normas – desde la economía a la cultura y el medio ambiente – que permitan una auténtica gobernanza global. Todos aplaudiríamos si una parte importante de “Misión, la Tierra” descubriera y eliminara las redes de narcotraficantes (¡empezando por los de arriba!), la compra–venta ilegal de armas, los paraísos fiscales (que son una vergüenza consentida, una realidad sobre la que se hace la “vista gorda”), las mafias y el extremismo. Millones de personas reconocerían la actuación de quienes de esta forma mejoraran su bienestar… 

No son los ciudadanos sino los gobernantes en un período determinado los que pueden merecer una reprobación generalizada. Alimentar sentimientos a favor o en contra de cualquier país o cultura es otra forma de azuzar el terror. Nadie ha elegido nacer en un lugar determinado y tener un color de piel u otro, ser hombre o mujer. No es cómo y dónde se nace mérito o demérito y, en consecuencia, nadie puede por esta razón vanagloriarse o ser menospreciado. No es cómo se nace sino cómo se hace, cómo se actúa, lo que importa. ¡Educación para todos a lo largo de toda la vida! Este sería el núcleo más relevante y trascendente del “Proyecto Tierra”, si en lugar de invertir en prestigio hoy se hiciera en el porvenir de los habitantes del planeta. 

Ahora, al contemplar la Tierra en su conjunto, nos damos cuenta de la grave irresponsabilidad que supuso transferir al mercado los deberes políticos que, guiados por ideales y principios éticos, podrían conducir a la gobernanza democrática. Al observar la degradación del medio ambiente - del aire, del mar, del suelo -; la uniformización progresiva de las culturas, cuya diversidad es nuestra riqueza (estar unidos por unos valores universales es nuestra fuerza); la erosión de muchos aspectos relevantes del escenario democrático que con denodados esfuerzos construimos... nos parece más inesperada e inadmisible la ausencia de reacción de instituciones y personas, la resignación, la sumisión, el distraimiento de tantos. ¿Cómo es posible? 

Todos pueden –progresivamente- decir lo que quieran... pero con frecuencia los medios de comunicación de mayor difusión seleccionan las noticias y las presentan de tal modo que se favorece el pensamiento único, la aceptación de lo que sucede (de lo que dicen que sucede) y de la forma en que los gobiernos así auto-halagados abordan los problemas. Por otra parte, los que disienten entran pronto en el grupo de los afectados por la “sospecha preventiva”. 

“Misión Marte”. Los intereses de un enorme complejo industrial aplauden esta propuesta. Sería fascinante, es cierto, comprobar que en Marte haya podido desarrollarse alguna forma de vida elemental. Todos los países deberían unirse para llevar a cabo unos programas espaciales de tal naturaleza que no impidieran ni menoscabaran la gran prioridad que representan los seres vivos y, en primer lugar, los seres humanos que ya existen sobre la Tierra. ¿Misión: la Luna y Marte? No, Presidente Bush. Su país ya se está situando, indebidamente, muy lejos del corazón de la mayoría de los ciudadanos del mundo. No lo aleje más. Bastaría con que tuviera la visión y el coraje de proclamar: “¡Misión: la Tierra!”.

Lo mismo, pero acuciados por haber entrado en el antropoceno, con procesos potencialmente irreversibles que exigen la inmediata adopción de medidas correctoras, debemos repetir hoy, en un gran clamor popular a escala mundial. Ante la amenaza de alcanzar puntos de no retorno en el cambio climático y, consecuentemente, en la habitabilidad de la Tierra,… ante la ampliación de la brecha social y el incremento de la extrema pobreza,… teniendo en cuenta las miles de personas que mueren de hambre diariamente al tiempo que se invierten cifras colosales (¡4.000 millones de dólares!) en armas y gastos militares… conscientes de la insolidaridad manifiesta de un sistema que permite que en lo que va de año más de 4.000 seres humanos –todos iguales en dignidad- hayan perecido ahogados en el Mediterráneo,… y de que, según OXFAM, menos de 70 personas posean (“la mano que se cierra opaca”, denunció José Ángel Valente) una riqueza superior a la de la mitad de la humanidad… alcemos la voz con firmeza y constancia, la voz de “Nosotros, los pueblos…” para conseguir que en las más encumbradas instancias de poder se decida “Misión: ¡la Tierra!”… 

Sólo así se esclarecerían los horizontes sombríos que debemos a los jóvenes y a los niños.